El proceso de urbanización de América Latina—la región más urbanizada del planeta—ha tenido efectos tanto positivos como negativos. Por un lado, los efectos de la aglomeración en centros urbanos, tales como la concentración de oportunidades de empleo, la diversificación del capital humano y la inversión masiva en servicios públicos, han mejorado la calidad de vida de sus residentes. Pero el acceso a los beneficios de la urbanización no ha sido equitativo. Desde el punto de vista de género, esta inequidad afecta desproporcionalmente a mujeres. Por ejemplo, los salarios percibidos por mujeres son en promedio 19% inferiores a los de hombres en América Latina y el Caribe, y en muchos casos sus posibilidades de trabajar se encuentran limitadas a puestos administrativos y al sector informal (ONU Mujeres 2015; OIT, 2018). De igual forma, la mayoría de los hogares con bajos recursos son liderados por mujeres, quienes suelen vivir en viviendas precarias, con bajo acceso a los servicios básicos y a medios de transporte seguros y eficientes.