La ultima persona en quien se podía pensar como asesina era la señora Alvis Lardner. Viuda del gran mártir astronauta, era filántropa, coleccionista de arte, anfitriona extraordinaria y, en lo que todo el mundo estaba de acuerdo, una genio. Pero, sobre todo, era el ser humano más dulce y bueno que pudiera imaginarse.